Despoblación y Desarrollo Rural Sostenible

Este artículo fue publicado en el número 40 de la revista «Argumentos Socialistas»

Las vías pecuarias pueden ser un atractivo para el turismo verdeLa pandemia del coronavirus ha puesto de manifiesto que el mundo urbano depende del rural mucho más de lo que parecía. El confinamiento y el cierre de fronteras durante semanas ha evidenciado que las ciudades dependen de los insumos agrarios para alimentar a los millones de personas que albergan y que en condiciones normales viven ajenas a lo que sucede en el campo. De repente, los agricultores y ganaderos se mostraron como personal esencial, de los que dependen los suministros de nuestros mercados. De hecho, en comunidades como Madrid se ha detectado un cierto retorno hacia el mundo rural, empujado por el deseo de disponer de más espacio vital, tener un lugar seguro para pasear o tomar el sol lejos del foco del contagio que en el imaginario colectivo representan las grandes aglomeraciones urbanas.

Deberíamos aprovechar estas nuevas miradas hacia el mundo rural para superar uno de los grandes traumas civilizatorios que arrastra la sociedad española. A saber, que el mundo rural es más pobre y más atrasado, y que las oportunidades para desarrollar un proyecto de vida son más grandes en las grandes ciudades que en los pueblos pequeños. Algo que hoy en día es mucho menos evidente que hace unas pocas décadas.

En efecto, durante los últimos cincuenta años del siglo XX el denominado éxodo rural, fue gigantesco a nivel global y por descontado en España. Cientos de pueblos quedaron diezmados cuando no directamente abandonados, seducidos por las promesas de una vida mejor en la ciudad. Vida que luego podía demostrarse muy dura, pero que aún así permitía un acceso a los servicios públicos, aunque fuesen precarios, de los que se carecía en la España profunda. Una vida mejor que se traducía en un trabajo mejor pagado, una vivienda mejor y mejores oportunidades de educación para los hijos.

Sin embargo, la despoblación del mundo rural comporta un círculo vicioso que es necesario romper. A menos personas que atender en los pueblos, más caro resulta proporcionarles servicios públicos de calidad, y más difícil es atraer a los profesionales, docentes o sanitarios, por poner un ejemplo, que los puedan prestar. A menor número de viajeros más costoso es mantener servicios de transporte público de viajeros eficientes, ya sean por carretera o ferrocarril, y así sucesivamente. Y cuanto más se desmantelaban los pocos servicios públicos que existían, menos atractivos resultaban los pueblos hasta desembocar en el abandono completo, la ruina y la desaparición.

Todo ello ha desembocado en la existencia de esa España Vacía (o Vaciada) que tanto preocupa actualmente, hasta el punto de ocupar un espacio cada vez más relevante en los programas electorales y crear organismos específicos para combatir la despoblación del mundo rural.

¿Pero por qué es importante combatir esa despoblación?

Sin duda, lo más importante es que la despoblación del mundo rural comporta el abandono de pastos y cultivos, y esto en última instancia puede resultar en una amenaza a la soberanía alimentaria. Aunque vivamos en una sociedad mayoritariamente urbana, las ciudades deben ser abastecidas de forma continua de alimentos. La globalización ha generado el espejismo de que todo puede ser importado de terceros países, pero la pandemia ha demostrado hasta qué punto el sector primario es estratégico para un territorio. Si además necesitamos reducir de forma drástica el volumen de gases de efecto invernadero que emitimos a la atmósfera, ello significa que debemos intentar reducir al máximo el transporte de todo aquello que no sea imprescindible importar, y ahí es donde la agricultura local muestra de nuevo su carácter estratégico.

Así pues, es importante seguir cultivando la tierra para producir alimentos lo más cerca posible de los consumidores, esto es, de las ciudades. Y para ello necesitamos que existan agricultores y ganaderos viviendo en el territorio y que puedan desarrollar su vida de manera tan digna o mejor que cualquier habitante de la gran ciudad.

Además, el abandono de tierras agrarias a veces provoca un riesgo de desertificación, especialmente en las zonas de climatología más árida, como ocurre en gran parte de nuestro país, ya que cuando el cese de los cultivos no ha sido planificado puede comportar degradación y pérdidas de suelo por escorrentía y otros fenómenos. Aunque se calcula que solo el 1% de España está en proceso de desertificación, un 12% pierde más de 50 toneladas de suelo por hectárea y año, cuando el límite tolerable se establece en 12 toneladas/ha/año. La desertificación puede agravarse por fenómenos como los incendios forestales, las lluvias torrenciales, y desde luego por el calentamiento global que viene sufriendo España como consecuencia del cambio climático. No obstante, buena parte de esta pérdida de suelo fértil se produce también por malas prácticas agrarias.

El abandono de tierras, y la reforestación subsiguiente, de la que hablaremos luego, también comporta otros efectos secundarios adversos, como los ya mencionados incendios forestales, propiciados por la acumulación de biomasa en los montes a consecuencia de su falta de aprovechamiento. O el deterioro muchas veces irreparable del patrimonio arquitectónico y cultural. También la aparente sobrepoblación de algunas especies animales, que libres de controles y con hábitats favorables llegan a internarse en zonas urbanas o periurbanas, interfiriendo a menudo con la vida de los ciudadanos y transmitiendo enfermedades al ganado y otros animales domésticos.

Otro efecto negativo nada desdeñable es el de los grandes proyectos extractivos o de infraestructuras, que muchas veces aprovechan la desesperación de los políticos locales que ven morir su comarca por la falta de alternativas económicas para implantar un modelo económico que a la postre destruye el territorio. Esos falsos profetas, a veces en forma de macrodesarrollos turísticos y hoteleros, o de grandes proyectos mineros o ganaderos (macrogranjas) que prometen cientos o incluso miles de empleos que luego nunca aparecen y sin embargo hipotecan las posibilidades de un desarrollo rural equilibrado.

En todo caso, no se debe perder de vista que el abandono del mundo rural tiene también aspectos medioambientales positivos. En estas últimas décadas los terrenos forestales en España han ganado mucho terreno, libres de la presión agrícola y ganadera, y con ellos han regresado a nuestros montes y dehesas, animales que llegaron a estar en peligro crítico de extinción como águilas imperiales, buitres negros o lobos, siguiendo a corzos, cabras monteses, ciervos y jabalíes. Según el Inventario Forestal Nacional, y a pesar de los incendios, en los últimos cuarenta años en España la superficie forestal arbolada ha crecido un 64,5 % con respecto a 1978. Desde 1990 el crecimiento ha sido del 33%, pasando de un 27,6% del territorio cubierto por bosques a un 36,9% en 2016, y esto lógicamente a costa de pastizales y tierras de labor. Entre 2003 y 2007 la ganancia de tierras forestales se calcula que fue de 48.000 has/año, una superficie superior a la del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama cada año. Por supuesto, no todo este crecimiento se debe al abandono y posterior naturalización, sino también a la constante reforestación promovida por las administraciones.

Quiero con ello señalar, que el repliegue humano hacia las ciudades no ha sido  necesariamente malo desde el punto de vista medioambiental en todas partes, y de hecho ha podido propiciar el desarrollo de fauna, vegetación y paisajes muy apreciados por los visitantes de las zonas urbanas, generando externalidades positivas que pueden redundar a su vez en beneficios económicos para el mundo rural. Sin embargo, hay un punto de no retorno, en el que la falta de expectativas y servicios provoca el abandono total del territorio, y ahí es donde entran en juego las políticas de desarrollo rural.

Sin duda el gran reto está en inducir un desarrollo rural equilibrado y sostenible, en el que se mejoran las condiciones de vida de los residentes, a la vez que se mantiene la calidad del paisaje y del patrimonio natural que en buena parte constituyen el atractivo principal para los consumidores de la gran ciudad. Es un reto, pero no es imposible. Son numerosas ya las investigaciones que señalan que los espacios naturales protegidos no solo contienen la emigración, sino que atraen a nuevos pobladores atraídos por la calidad del paisaje y las oportunidades de nuevos empleos en el sector servicios, un fenómeno que ya se conoce como naturbanización.

En todo caso, las políticas de desarrollo rural sostenible, más allá de la protección del paisaje y el patrimonio natural, deberían pasar por tres elementos clave: el acceso a la vivienda, la calidad de las comunicaciones y las oportunidades económicas. En el primer caso sería vital que además de las subvenciones a la rehabilitación y a la construcción de nuevas viviendas, existiese una política de incentivos fiscales favorable para el medio rural. Si combatir el despoblamiento es una política de estado, lo primero es proporcionar viviendas dignas y asequibles a los posibles colonos que puedan estar interesados en dar el salto de la ciudad al campo.

En segundo lugar, es primordial revertir el aislamiento del mundo rural. El impresionante desarrollo de las infraestructuras de transporte de nuestro país ha ido en paralelo al abandono de los pueblos que quedaban al margen de las principales autovías, autopistas y líneas de alta velocidad. Es fundamental revitalizar el ferrocarril convencional y ofrecer servicios de transporte público de calidad, adaptados a la demanda de la población rural. Muchas veces es más importante conectar a los vecinos con su centro de salud y los polos comerciales de la comarca, que tener un autobús de línea con la capital que pasa dos veces al día y que cada vez usan menos viajeros. Los sistemas de transporte a demanda, por medio de taxis o microbuses, aprovechando los avances digitales, ya se están explorando y deberían estar en la agenda de los gobiernos preocupados por estos temas.

Mejorar las conexiones no solo de transporte físico, sino también digital. Obtener una conexión a Internet a velocidad profesional es indispensable para permitir a los pueblos engancharse a la economía del siglo XXI. También para que esos profesionales y empresas que pueden verse atraídos por las ventajas fiscales (que hemos puesto en marcha en el punto anterior) se decidan realmente a dar el paso. Y es posible, ahí tenemos el ejemplo de Estonia, donde uno puede conectarse gratis desde cualquier punto del país, incluso desde la cabaña más perdida del último bosque fronterizo.

Y en tercer lugar, por supuesto, tienen que existir oportunidades económicas sobre el terreno. Aunque en entornos rurales como el madrileño, mucha de la gente que reside en los pueblos más pequeños pueda estar teletrabajando y acudiendo a la capital una o dos veces por semana, en muchas comarcas de España esta posibilidad no es real. Para ello es importante un buen análisis de las capacidades endógenas del territorio, y huir de los clásicos cantos de sirena en forma de grandes proyectos industriales, mineros o urbanísticos que muchas veces no se materializan o directamente son incompatibles con un desarrollo rural sostenible y equilibrado.

Por supuesto, es importante mantener las capacidades de la agricultura y la ganadería locales en primer lugar, por su carácter estratégico en el mantenimiento de la soberanía alimentaria como acabamos de señalar. También porque, cuando se ejercen con responsabilidad, son actividades esenciales para el mantenimiento del paisaje y la biodiversidad, elementos indispensables en la atracción del turismo verde. Y en tercer lugar porque proporcionan las materias primas para una primera industria local de transformación agroalimentaria que les otorgue valor añadido y cree empleos.

Las vías pecuarias pueden ser un atractivo para el turismo verde

Para ello, hoy día no basta con subvencionar la actividad agraria, como desgraciadamente ocurre con la mayoría de los fondos destinados al desarrollo rural. Es necesario también contar con programas de incorporación de jóvenes que incluyan no solo ayudas económicas, sino también incentivos fiscales y posibilidad de acceso a las tierras de labor y los pastos necesarios para mantener la actividad en unos márgenes de rentabilidad. La existencia de bancos de tierra públicos es muy importante para favorecer esa incorporación de gente joven. Y deben existir unos servicios de asesoramiento y capacitación rural y agrario adecuados, que ayuden a solucionar los problemas de la gente que vive en el campo, y de la que quiere emprender ese camino. Las carencias de estos servicios en España son palmarias.

También es muy importante el mantenimiento, conservación y explotación sostenible de otros recursos, como el patrimonio cultural ya sea material, artístico o arquitectónico, como inmaterial: artesanía, gastronomía, tradiciones, fiestas…  Y por supuesto el patrimonio natural, fuente de ese turismo verde y rural que hoy día es esencial para mantener la economía de muchas comarcas. La clave es mantener un medio rural polivalente y polifuncional, capaz de generar empleo en el sector primario (agricultura, ganadería y bosques), industrial y de servicios.

Para todo ello contamos en España con el Programa de Desarrollo Rural financiado por el FEADER y dotado con más de 8.000 millones de euros. Sin embargo, gran parte de ese dinero, al ser gestionado por las consejerías de agricultura de las Comunidades Autónomas, termina redundando en nuevas ayudas a la producción agraria, destinándose un porcentaje muy insuficiente a proyectos realmente encaminados a la mejora de la calidad de vida en el mundo rural. En mi opinión, debería cambiar completamente la gobernanza de estos programas, dándole mucho más peso a la administración local, a los ayuntamientos, mancomunidades y federaciones de municipios que son los que verdaderamente padecen los problemas de la despoblación, y tienen la capacidad de interlocutar directamente con las asociaciones y productores locales. Los mecanismos de desarrollo participativo, puestos en marcha con la iniciativa Leader, son básicos para mejorar la calidad de vida en el mundo rural sobre bases sólidas y que respondan realmente a las necesidades de la población local. Desgraciadamente constituyen un porcentaje pequeño de los programas regionales de desarrollo rural.

Después de años infravalorando el mundo rural, es hora de reivindicarlo y potenciarlo. Hay que insistir en que incluso las metrópolis necesitan un medio rural que las alimente, las permita respirar y beber agua. Muchos jóvenes, familias y negocios podrían instalarse en el medio rural si existieran los incentivos y servicios de asesoramiento adecuados. Mientras tanto se cierran explotaciones, se abandonan tierras de cultivo y se deterioran casas y propiedades que podrían ser el hogar de nuevas familias si se arbitrasen las ayudas y compensaciones adecuadas. No se trata tampoco de que no existan pueblos pequeños, con menos de 500 o 1.000 habitantes, como a veces parecemos deducir de algunas estrategias regionales. Un pueblo no se “salva” por tener 1.001 habitantes, frente a otro con 999. Muchos vecinos no quieren que su pueblo crezca; simplemente aspiran a mantener y mejorar su calidad de vida.

Si de verdad queremos un medio rural vivo tenemos que emplearnos a fondo y utilizar cada euro disponible de la manera más eficiente posible para mejorar la calidad de vida de los vecinos de las localidades rurales y facilitar la llegada de nuevos habitantes, que no necesariamente tienen que ser pastores o agricultores.

En la era digital y del conocimiento en que nos encontramos existen muchas posibilidades para hacerlo realidad.

 

(Este artículo se publicó en la revista «Argumentos Socialistas» nº40 de abril-mayo de 2021)

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